martes, 22 de abril de 2014

Similitudes a tu persona.


Prólogo.

‘’Tu alma se encontrará sola a sí misma
en medio de oscuros pensamientos de las piedras de la tumba gris.
Nadie, entre toda la multitud, espía
en tu hora de secreto. ’’
“Solo-Edgar Allan Poe”.

I El tabaco.

Veneno corrosivo que destruyes mis entrañas.
Cilindro delgado, seductor
que encierras mi odio y egoísmo en pequeñas
partículas de cadmio, CO2, amonio, alquitrán
y mucha más mierda.
Te respiro de vez en cuando, y te disfruto.
Otras me asqueas.
Hoy, por ejemplo, lastimaste mi garganta.
No puedo gritar. Hoy, por ejemplo,
quiero que te vayas y no regreses nunca más.

II Velas.

Danza evocando la dulce libertad pícara
encadenada a la mecha.
Mancha tu torso del sudor que emana de ti:
significa tu vida en efímeros tiempos de calor.
[...]
Al fin y al cabo todo es negocio:
Dame tu luz y tu calor,
yo te entregaré cariño, fuego y
trozos de  amor.

III El sueño.

Te veo distante y quiero acariciar tu pelo.
Tomar tus caderas y fundirlas en mis labios.
Eres como un sueño, sí, un sueño:
bella,
alterna y divergente,
contraída en ficciones deseables.
Pero...
Lo irónico, querida, lo más irónico de todo
es que al sueño (o a la pesadilla)
la olvido y queda perdida en el laberinto mental.

IV Patíbulo.

Sé que tus ojos pueden besar a los míos;
yo quedar encantado e ir hacia ti
mientras planeas mi muerte.
Voy. Esperas. Avanzo. Contemplas.
Llego, me encuentro con tu boca que me rodea
el cuello cual soga verduga.
Yo, drogado por tu aroma no respondo.
Mientras nos besamos miro tus ojos: el abismo.
Y caigo.
Estoy ahorcado.
Y no por falta de aire.


V La muerte
Arrancas vida con cada suspiro,
tomas mi aire, te lo llevas.
Lo depositas en un cuerpo ajeno esperando nacer.
Muerte, a veces te llamas.
Temida y alabada.
Claro, ¿cómo no alabar a la única
madre del eterno descanso?
¿Cómo no temer a la venda que
nos cegará por la eternidad?

Intermedio
Mujer colorida,
hombre daltónico.
Desesperados buscando
su arcoíris en la noción
perdida del tiempo.

VI El mar.
Inmenso y hermoso.
Te creemos infinito, pero hasta tú tienes tu horizonte.
Te veo y sumerjo mis deseos en tu alma.
Te veo y siento que soy un punto
al límite de un continente.
Siento que soy un “nada”,
el Atlántico frente mío.
Vistes de coral bañado en sales marinas.
Creí explicarme el océano finito.
Pero fue sólo frente al solo en que comprendí
que los vicios que nos matarán
no serán el fumar o el beber,
sino la verdadera ambigüedad de nuestras vidas:
vernos y no tenernos.
Y viceversa.

VII La vida.

Incierta y silenciosa.
Amada y temida.
Bendita hermana ambigua de la muerte.
Dime, vida,
¿algún día amarás mi alma o
seguirás dejando que tu gemela
me bese los labios?
Sé que llegas, juegas y abandonas
a la suerte mortal, pero los poetas
no podemos morir. Y menos cuando te creamos metáfora.

VIII La mañana que proyecta su luz.
Luz que prepara mi ritual monótono.
Luz que se cuela por mi ventana,
alumbra mi cerebro y da
vida a tu imagen.
Luz, cegadora compañía,
quiero que estés conmigo,
sí, pero no sacies esas ganas.
No vengas ni aunque te lo pida.
Porque, Luz, sin ti
no estaría escribiendo este poema,
no quiero poseerte. Quiero contemplarte.

IX La noche que esconde su luz.
Noche, dulce oscuridad
que manchas cada uno de tus recuerdos.
Los coloreas y magnificas en
dimensiones imperdonables.
Noche, embriágame con tu desdén.
Noche, arrúllame con tu querer.
Noche, maltrátame, despójame,
jódeme, maldíceme, lo que gustes…
pero no permitas que
me abrume tu falta.

X Un paraguas.
Paraguas, mojado.
Empapado y ebrio,
más por las lágrimas que
por la lluvia.

XI Ángel.
Puro y santo.
Se respira tu
bendita analogía celestial.
Dame tus alas, o
al menos llévame a viajar
por el mundo de corazón a corazón.
Llévame a dar testimonio de Morfeo.

XII Demonio.
Impío y maldito.
Sabe tu esencia a
confusión maquillada de azufre.
Dame tus alas, o
al menos llévame a mendigar
en cada cerebro.
Llévame a arrancar el sueño.

Epilogue
Le coeur content, je suis monté sur la montagne
D’où l’on peut contempler la ville en son ampleur,
Hôpital, lupanar, purgatoire, enfer, bagne,
Où toute énormité fleurit comme une fleur.
Tu sais bien, ô Satan, patron de ma détresse,
Que je n’allais pas là pour répandre un vain pleur;
Mais comme un vieux paillard d’une vieille maîtresse,
Je voulais m’enivrer de l’énorme catin
Dont le charme infernal me rajeunit sans cesse.
Que tu dormes encor dans les draps du matin,
Lourde, obscure, enrhumée, ou que tu te pavanes
Dans les voiles du soir passementés d’or fin,
Je t’aime, ô capitale infâme ! Courtisanes
Et bandits, tels souvent vous offrez des plaisirs
Que ne comprennent pas les vulgaires profanes.
                                                           -Charles Baudelaire.

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