domingo, 7 de diciembre de 2014

El hecho es casi un anatema


I
En qué línea el rey se hizo insoportable,
en qué momento el candelabro se enterró en mi pecho. 
En qué momento el sol me cegó
hasta el punto de atemorizarme por cada amanecer. 

II
Camino fuerte                                   sin descanso 
recordando las llagas de mis pies
en donde se entierran astillas verdes; mohosas. 

III
Las perezosas lágrimas de tus ojos cansados
luchan con las leyes gravitacionales: 
caen pero no caen. 
Regresan de donde vinieron: el cielo 
nocturno de una noche que recuerdan 
el calor de los alcoholes y de los Marlboro rojos. 

IV
Tu mirada perdida en un laberinto de rosas cafés 
arrastran al caballo. Lo llevan golpeando 
con el látigo del placer y él permite ser golpeado. 
Tu mirada perdida que refleja             dos espejos oscuros
con la máxima timidez 
de un infante
la zozobra de una copa. 

Ícaro amó a la prostituta besada de los pies. 
Leonardo amó a la mujer de duraderas gracias. 
Botticelli amó a la Venus bautizada. 
Las Tres Gracias ya no bailan más
y su ropa se mantiene adherida a sus cuerpos. 
Entonces, por qué esperar a que                           Satán Trimegisto
Baudelaire  
incline su cuerpo y se prolongue 
con un fino movimiento 
y se nos acerque a la cien y nos diga: 
¡tus besos resucitarían al cadáver de tu vampiro!

Otredad

El pensar en un "otro" asumimos nuestra propia identidad. Si hay alguien diferente es porque nosotros somos únicos y no podemos ser una copia. Pero reflexiono: ¿qué nos asegura ser un todo diferente a otro todo? ¿Por qué no podemos ser un todo en un "otro"? 
La segunda pregunta me hace llegar a pensar que formamos parte de un organismo superior a nosotros. Y que por tanto ni tú ni yo existimos: solo somos un sector de un todo. Así como nuestras células.